Me encantas, eres un desconocido y no te puedo sacar de mi mente. Esto es injusto; tu eres un gran enigma, una intriga permanente que me mantiene en un estado volátil, una locura desesperante y placentera que obnubila mi sentir. En cambio yo soy un libro abierto, simple, conocido, transparente y puro como el agua, algo tan sencillo como el pan.
Tu misterio me enloquece, me enloquece y me causa inseguridad (aún a mi, que soy tan segura).
A veces estoy tan certera de que a ti te pasa lo mismo, a veces podría jurar que esa sonrisa era para mi, y luego mi castillo de naipes se derrumba y despierto preguntándome cuanta verdad hay en todo lo ocurrido, buscando pruebas que corroboren mi certeza marchita.
Hasta que me logras ilucionar de nuevo y vuelve mi cuerpo a flotar, a volar, a sentir telodactilos en la panza, a levitar, a ser feliz... Y después de nuevo.
Maldito ciclo traicionero, montaña rusa de sensaciones, como caigo y vuelvo a caer, es que este fin no tiene juego, sin pausa el desenfrenado mecer.
En todos estos sube y bajas mis confidentes se transforman en depredadores, me cortan, me limitan ¿por qué no entienden? No elegí este, momento, no elegí este lugar, mucho menos a quién amar. Digan lo que digan sigo adelante, intendo volar, estrellandome periódicamente con la misma pared.
Déjame entrar, déjame conocerte, amarte, quererte. No dejes que la rutina ni los demás te impidan ver a quién tienes enfrente.
La verdad es que quiero ser una inconciente, no quiero ver la catástrofe que podría ocacionar, no deseo pensar en los demás ni en sus sentimientos, infames sentimientos faltos de pasión, quiero ir solo hacia ti y que tu también quieras venir hacia mí.
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