La Arlequina solía ser una careta vacía que siempre mostraba una sonrisa falsa, un disfraz para sus problemas, miedos y fallas; un atado de recuerdos desteñidos atesorados en un cajón. La Arlequina temía más que a nada la desaprobación, por eso desaprobaba a todos.
Hasta que caminando a ciega chocó de espaldas con el Príncipe Gris que andaba buscando un escape a la melancolía de su vivir. Tardaron en darse cuenta que era dos caras de la misma moneda, mas cuando lo realizaron dejaron atrás sus disfraces de hombre de hierro depositando sin peros y por completo su confianza el uno en el otro y tuvieron fe. Entonces la Arlequina decidió desechar sus máscaras y dejar fluir el inmenso torrente de emociones que la hacían vibrar día a día porque amaba al Príncipe tal y como era.
Fue tal su felicidad que creyó que podía volar; pensó en viajar, en los millones de sitios que deseaba recorrer y en las maravillosas personas que conocería. Entonces voló, y voló tan alto que perdió al Príncipe en la tormenta que se formo pero ya estaba muy lejos como para lamentarlo.
Reapareció en un jardín, un pequeño Edén con el ritmo de la selva, aparentemente sin habitantes. Tenía una luz amarilla que provocaba que todo se viera más brillante, más atractivo.
De Pronto la rosó una mariposa, efímera mariposa de brillantes colores que provoco hermosos juegos de luces en sus vestimentas de Arlequina Triste. Esta mariposa es lo más bellos que mis ojos han visto- pensó la Arlequina- lástima que jamás repararía en una criatura como yo. Pero la mariposa seguía posada en su hombro, revoloteaba por su cara y le acariciaba con sus alas como invitándola a jugar con ella- ven conmigo decía, nunca verás el mundo tan hermoso como lo veras a mi lado-. Así que la Arlequina hecho a correr tras la mariposa, corrió y corrió sin importarle nada, sin detenerse a pensar un sólo segundo, destrozando sus ropajes.
Antes de que se diera cuenta había caído en un oscuro pantano y las arenas movedizas la tenían atrapada, tapada hasta las rodillas. Vio a la mariposa alejarse volando como diciendo desdeñosa- hay muchas criaturas deseosas de jugar conmigo, que soy hermosa y colorida, no te necesito más de lo que tú me necesitas, como tú hay millones-.
Y ahí se quedó la Arlequina, quieta y muda, sintiéndose la mayor de las estúpidas. Si volví a creer gracias al Príncipe ahora he dejado de creer gracias a la mariposa- reflexiono- , jamás debí haber dejado mi máscara de Arlequina.
Aún ahora la Arlequina se acelera al ver un reflejo colorido, recordando a su mariposa o cree volver a escuchar las dulcísimas palabras del nostálgico Príncipe. Porque el amor de una mariposa es tan efímero y cambiante como su existencia y el miedo es una mala compañía.
Pero ahora ya nada puede herirla, ni hacerla vibrar o volar como antes porque la Arlequina ha vuelto a subir el vidrio al mundo exterior y ya no hay aleteos que la acaricien diciéndole que hay un mundo mejor.
1 comment:
cada intervalo entre tus texto te hacen parecer lejano y pynchoniana, sin mebargo, solo puedo agregar: no hay que dejar que la mascara se apodere de uno. todos usan una y fingen que no: la verdadera gracia es aprender a manipularla y decir "esta es mi mascara" ve si te atreves a pasar por sobre ella... lo demas, caera con el tiempo.
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