Llevo en mi mente tu recuerdo casi como un santito que me protege cuando me siento mal. Y es loco porque como no tengo el arquetipo de santito que te implanta el catolicismo en el chip/mente no me complica encontrarlo guapo, ni que me mueva el piso, ni que la encíclica me parezca tan metafóricamente deliciosa. Ahora bien, claro esta que el santito hizo milagros -sino como lo canonizaron, no?- entre los milagros del santito se encuentran:
1)ponerme una sonrisa en la cara
2)regalarme unas palabras que todavía guardo en mi velador
3)mirarme a los ojos.
Entonces cuando voy por la ciudad y todo se ve gris y triste, busco una canción en mi celular y fantaseo con esos milagros y con una vida paralela en donde todavía me estoy riendo a su lado. Pero nada nunca es tan terrible porque es un santito, esta en el cielo y es muy comprensivo. A veces miro el cielo fijo, me tiendo sobre mis espaldas y miro como en un cine bajo las estrellas las aventuras de mi santito en allá el cielo -que es como una realidad paralela asombrosamente parecida a la realidad- y se ve gigante como un actor de cine antiguo en closeup. Le miro el pelo revuelto y la sonrisa contagiosa, dormir y reír allá en su realidad. Todo esto pura fantasía mía, típicos delirios de fanática religiosa.
Sin embargo hay momentos en que se cruzan las realidades, porque el velo se hace fino cuando visitamos ciertos lugares precisos, y caigo como sin gravedad, próxima a un hombre -de carne y hueso, hasta tibiecito- que luce igual a él -al santito- y cuando intento hablarle no me sale la voz. Entonces vuelve a subir el velo. Y yo me quedo un poco desorientada, con la panza revuelta de quién acaba de caer de una nube -o de subierse a la nube-. Quiénsabe.
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