Muchas veces me descubro a mi misma en ese restaurante chino que nos llevo un día tu mamá a ti y a mi solos. Sobre todo a ese postre cerdo que era como una torre de merenguitos con jugo de piña en tarro y piña en tarro. Creo que hasta marrasquino tenía. Una cosa que no junta y pega.
No se por qué me acuerdo tanto. Debe ser porque es un área de la ciudad tan descolonizada de recuerdos que es como si hubiera pasado fuera del tiempoespacio.
Era su restaurant chino favorito, repitió varias veces. Donde iba los días de semana después del colegio y parece que incluso pedían delivery derrepente a la sala de profesores. Estábamos trasgrediendo a otro universo paralelo, donde había niños pobres que tu mamá mandaba para la casa con comunicación.
La decadencia se sentía densa y opresiva como los pascales debajo del agua. No puede existir una señal más clara, pensaba con la vista perdida en ese color durazno pastel, de que todo se pudrió. Y yo solo podía pensar que no me gustaban los merenguitos ni el almíbar de la fruta en conserva y que todo flotando junto no junta ni pega. ¿En qué cabeza cabe este postre tan de mierda?
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