Thursday, December 11, 2014

Verona en diciembre

Si me descubro a mi misma mirando mi reflejo y pensando como verías a través de mi. Si te metieras en mis ojos y vieras lo que yo veo. Y te sonrío o me sonrío en el pensamiento absurdo de que te gustase lo que hago y cómo lo hago. Veo cómo mi parsimonia natural se torna un detalla adorable, magnificado por la cámara que no existe, que es tu ojo dentro mío. Y hago todo con una sonrisa, y hay tanto sol.
Pero no es posible no está bien. Sería como si Julieta en la fiesta en lugar de encontrar a Romeo encontrara a Mercutio y se prendiera de él en su lugar. Y no habría tragedia, y nadie se moriría de amor y quizás todos se harían amigos y Romeo conocería a Julieta en la boda y sería algo así cómo el best man de las comedias norteamericanas. Sólo se mirarían un segundo a los ojos, antes de enterrar la historia, un segundo en el que la retina actuaría cómo un espejo del camino no recorrido, un sólo segundo de desconcierto. Luego sacudirían la cabeza y se saludarían de beso en la mejilla con la afabilidad de quien acabas de conocer pero estará a tu lado cómo personaje secundario toda la vida.
No esta bien. Es como si Romeo se quedara con Rosalinda y no la olvidara ipso facto después de la fiesta. Que sus discursos de amor eterno fueran de verdad eternos. Y se casara con ella: gorda y rubia... voluptuosa. Y tuvieran muchos hijos ruidosos, medio alemanes, Romeo engordaría a punta de kutchenes y vivirían felices. No está bien. No es así la historia. Tiene que haber tragedia. Tiene que negar su promesa. Tiene que haber sangre en las venas para que haya trama.
Y sin embargo aquí estoy. Una Julieta de 15 años jugando a enamorarse de un personaje que no está escrito. Una que sabe que debe ser Julieta, que debe encontrar a un Romeo para amarlo y morirse. Y matarse. Y ser románticos para siempre, un referente amoroso para todo el mundo occidental. Pero este niño corre por las calles de Verona, con shorts y suspensores, con una sonrisa que oculta secretos y que ciega. Corre y ella lo persigue. La quiere llevar lejos, a otro cuento, a uno que no conocemos, a uno que sólo el conoce y no lo piensa decir. Ella quiere tomar su mano, pero corre muy rápido. Los adoquines de la ciudad son resbalosos y el sol está pegando fuerte. Ella piensa "¿qué estoy haciendo? en un rato más tengo que ser Julieta". Él se esconde, ella lo sigue y al llegar al final del callejón lo pierde, se desvanece. La sonrisa se le quedó pegada en el pecho, no la va a olvidar nunca más. Mira para todos lados pero no está, se fue. Camina lentamente arrastrando los pies devuelta a casa. Pies cansados se tropiezan con el suelo irregular. Va caminando y sabe que ya no podrá ser Julieta, que la historia no podrá seguir siendo la misma.