Sunday, April 26, 2015

El Anillo de Sauron [monólogo de obra sin nombre]



Estoy intentando escribir este personaje con fidelidad pero no se si puedo. Por que él es para mí cómo el anillo de Sauron. Sí, Sauron. Me acerco mucho y me ciega, me traga, me obnubila, me saca de mis cabales y entro en un trance en dónde las cosas se ven borrosas y todo se confunde. Ahí me puede ver un ojo con fuego, me mira intensamente y me culpa. Perdón, perdón, perdón por ser así, perdón por ser burguesa, perdón por ser tan niña bien. Me culpa y me quiere puro matar. Y quiero ese mundo fullcolor de tonos saturados. Quiero sufrir como se sufre en el teatro. Griego. Y si es necesario vivir en una de vivienda social de esas con subsidio que anuncian en la tele ¡Vamos! Y si quedo embarazada antes de terminar la u y tengo que llevar a mi cabro chico al consultorio con un chaleco tejido a mano y los mocos colgando ¡vamos también! Que futuro más brillante y soñable. Y cuando el fuego del ojo me empieza a achicharrar, me duele la piel y en lo negro aparezco en la Blondie, a los 15, suena música oscura y la voz canta en lenguas. Tengo un vestido negro que nunca tuve, uno de encaje, y una gargantilla negra ceñida al cuello. Espero que algo pase, algo importante, pero no se que es. Me abrazas por la espalda y me besas. Somo dos adolescentes bailando en la Blondie. Pero a mi nunca me dejaron ir a la Blondie, ni teñirme el pelo y mi ropa negra mi mamá la quemó cuando ese esquizoide se metió a la catedral a matar al curita. “Ninguna hija mía va a ser de los matacuritas”. Matacuritas matacuritas, tu y yo los matacuritas besándonos en la Blondie con la boca llena de petazetas.

Nadie baila en los paraderos

-Nadie baila en los paraderos - me dijiste una vez. Era una noche de verano y no hacía ni frío ni calor. En la oscuridad las luces de los autos se reflejaban en los espejos de los rascacielos, la luz de neón del paradero nos daba de costado jugando con nuestras sombras. No había nadie más. No, nadie baila en los paraderos, pensé y me sonreí cuando te daba la espalda. Con una culpa que no es culpa porque me llenaba el cuerpo de risa. Con la idea de que con mi naturalidad en cosas que no lo son te estaba engañando de quién si era yo. Y es que tu sorpresa era tan genuina y tan alucinada, tan deliciosa. Que quería ser la niña que baila en los paraderos para ti, quería ser esa nube de locura y despreocupación, quería ser lo que sea que tu quisieras que yo fuera. Y ahora me pregunto si mentía cuando bailaba en el paradero. -Yo sí - te dije y seguí haciendo puntas de ballet sobre la línea amarilla de la acera, jugando con mi sombra que se alargaba a cada paso que me alejaba. Los autos pasaban rápido a mi lado y a mi me parecían mi orquesta, un fondo, un mundo tan lejos, tan ajeno. Sentía una brisa fría en la cara que me recordaba que no estaba soñando, que esto era verdad, que estaba pasando lo que tenía que pasar. Destino. Deseo. Si alguna vez creí en alguna de esas cosas en ese fragmento de tiempo estuve ahí y era la más feliz del mundo. Y pienso que no, que no te mentí cuando te dije que yo si bailaba en los paraderos. Porque la niña que estaba ahí contigo sí bailaba en los paraderos.